Semáforo en rojo.

Mañana soleada y calurosa.

 Después de las procesiones de madrugada media ciudad duerme; la otra regresa, somnolienta, a casa.

Quiero aprovechar mis escasos días de vacaciones y yo, que no me encuentro entre aquellos que han estado en el bullicio religioso, decido salir a hacer ejercicio. Me pongo mi camiseta azul, unas mallas cortas de “running” del mismo color con ribetes blancos en el lateral de los muslos, calcetines deportivos y mis zapatillas para correr negras. Ni una sola prenda más. Solo llevo puestas esas cuatro.

Tras recorrer los primeros metros, me percato de que hay viento de levante en calma. Me tocará pasar un poco más de calor y de sensación de bochorno de lo previsto. Rompo a sudar a los pocos minutos sintiendo cómo mi camiseta se empieza a empapar y a pegarse a mi piel húmeda. Las mallas también absorben mi sudor y el color azul se ve impregnado de surcos oscuros. Llego al parque y recorro por dentro, por los senderos de albero, la distancia que tenía fijada para el entrenamiento de hoy.

Satisfecho por el ritmo y el tiempo empleados decido regresar a casa ya a una velocidad más suave, como forma de relajar mis extremidades inferiores. Salgo por la puerta principal del parque y tengo que detener momentáneamente mi carrera. El semáforo está en rojo. Para no enfriarme me quedo dando pequeños saltos, levantando los pies del suelo pero sin avanzar del sitio. Sé que ese semáforo tarda unos dos minutos en cambiar de color así que me armo de paciencia. No quiero arriesgarme a cruzar en rojo.

De repente apareces tú con tu marido. Te detienes junto a mí, a mi izquierda. A la tuya se coloca tu esposo. Debes de venir de regreso de ver las procesiones porque vas demasiado arreglada: un vestido verde liso ajustado de mangas cortas y que termina a mitad de tus muslos cubiertos por medias negras. El semáforo sigue en rojo y yo moviéndome para no enfriarme. Me doy cuenta de que me observas: recorres con tu mirada mi cuerpo de arriba abajo. No le doy mayor importancia y sigo esperando el cambio de color del disco del semáforo. Pero segundos más tarde noto que tu mirada continúa clavada en mí. Descubro que estás mirando el bulto de mi entrepierna, aprisionado y oculto bajo las mallas. Debido a los gestos de mis zancadas mientras corro, está todo escorado al lado izquierdo, justo el que está casi pegado a ti. La mancha de sudor de mis ingles se ha extendido y recubre la zona de la prenda donde está atrapada mi polla. Te das cuenta de que te he sorprendido mirando mi miembro pero te da completamente igual. Tranquila y descarada a la vez vuelves a clavar tus ojos en mi pene porque tu marido está completamente ajeno a todo, inmerso en su móvil de última generación, seguro que escribiendo tonterías en Facebook.

Intento controlarme pero el hecho de sentirme observado hace que mi miembro no aguante más y comience a endurecerse. Percibo cómo crece centímetro a centímetro abriéndose paso bajo la apretura de las mallas. Notas que mi verga se ha empalmado y esbozas una sonrisa de placer y deseo en tus labios rojos carmín. Tu esposo sigue tecleando como un imbécil mientras tú te deleitas con la polla de un desconocido. Es lo que tiene el vicio de la tecnología.

Sé que deben faltar pocos segundos para que el semáforo cambie de color pero temo que antes de que eso se produzca llegues a ver algo más de lo que contemplas ahora: con el sol dándome de frente, las mallas húmedas por el sudor y la polla tiesa pegada literalmente a la prenda, es capaz de transparentarse todo y de que pases de ver la silueta a observar mi pene transparentado, la redondez de su punta, el grosor de las venas marcadas. Tus pezones parecen que van a traspasar y a agujerear tu vestido de lo duros que se te han puesto. ¿Cómo estarán tus braguitas o tu tanga? Imagino que tu prenda íntima ya ha sido manchada por gotitas de flujo procedentes de tu coño. Veo entonces cómo abres los ojos de asombro y en tu rostro se dibuja una grata expresión de sorpresa. ¿Se habrán confirmado mis temores? ¿Habrás podido ver más de lo que tú misma imaginabas?

Por fin el semáforo se pone en verde y me lanzo a la carrera no sin antes girar mi cabeza y comprobar cómo aprovechas ahora para fijarte en mi culo. Mientras recorro el camino de regreso y llego a casa, tu marido y tú os detenéis a desayunar en un bar. Tras pedir el desayuno, te disculpas con tu esposo y le dices que vas a ir un momento al servicio en lo que tardan en servir. Presurosa caminas hasta el servicio y cierras la puerta. Sientes tu sexo empapado y no aguantas más. Te subes el vestido hasta la cintura y observas cómo tu tanga rosa y estrenado ese mismo día está totalmente manchado. Desesperada te lo bajas, llevas la palma de tu mano a tu coño en introduces varios dedos dentro hasta el fondo y allí mismo, en ese servicio de bar sucio y maloliente, te masturbas hasta correrte de gusto pensando en la verga que acabas de ver. Tras el orgasmo, totalmente complacida, ni siquiera te acuerdas de ponerte el tanga que dejas en el suelo del servicio, abandonado y apestando a tu coño caliente.

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